Acerca de la ciudad
Mi ciudad está hecha de gente de paso.
Llegan con valijas y convicciones; alquilan piezas, compran casas, sacan fotos del amanecer como si fueran a quedarse. Pero, en el fondo, saben que no, y con el tiempo aprendés a reconocerlo a simple vista: no es de pertenencia, es de tránsito, de espera, de construcción.
Vinieron a buscar algo…
Acá todo es transitorio: las caras, las voces, los pasos en los pasillos, las macetas en balcones de edificios. No es ciudad de raíces, sino de tránsito. Y ella lo sabe, porque nunca fue pensada como destino final.
No es tierra de aterrizaje sino de despegue. Acá los sueños no se plantan para florecer, sino para llevarlos a otra parte. Es ciudad de primeros capítulos, de borradores, de ese desordenado “mientras tanto”, entre el “todavía no” y el “casi”.
Y ellos llegan en oleadas: soñadores, hacedores, los que vienen con estrellas en los ojos y plazos en los bolsillos. Buscan algo más grande: una universidad prestigiosa, un trabajo seguro, un nombre propio, una vida tallada en ambición.
-“Dale, arrancá si tenés nafta, podés empezar conmigo”, les dice la ciudad.
Y empiezan. Con ansiedad, con fe, con cuentas regresivas en los calendarios. Hasta que llegan las fechas: el examen, la oferta, un nuevo laburo, la despedida. Todo acá se vive como medio hacia otra cosa.
La ciudad se abre y los contiene. Les aprende sus nombres, sus rutinas, los ve reír, quebrarse, volver a levantarse. Los acompaña en volverse quienes quieren ser. Y, cuando llega el momento, los deja ir, sin rencores.
No se enoja, no reclama memoria. Mira cómo llegan, mira cómo se van. En el medio, los abraza con suavidad, sabiendo que no van a quedarse.
Y hasta las fotos se pierden: aquella de quien lloró en silencio en un baño compartido, la otra, de uno que festejó con euforia después del examen tan temido, la que casi se rinde y no lo hizo, la que se cagaba en las patas pero que igual se animó.
Y mientras tanto, nosotros la embellecemos: levantamos paredes, clavamos techos, plantamos arbolitos, pintamos monumentos, abrimos ventanas donde antes había vacío. Cada paso que damos deja un detalle más, un gesto mínimo que la hace crecer, que la vuelve más hermosa.
Y ella va guardando todo sin esperar ni dar gracias.
Es archivo vivo de intentos, de aprendizajes en voz baja, de vidas que cambiaron sin que nadie lo notara. Es purgatorio entre lo que alguien fue y lo que está llegando a ser.
Acá se aprende que fracasar no mata, que la soledad no dura para siempre, que crecer duele antes de liberar. Es una ciudad que enseña sin elogios, sin estridencias, y que envejece en silencio, amada por quienes no se quedaron y por los que están por venir.
Y al final todos se van, todos nos vamos. Nos llevamos los títulos, los documentos nuevos, historias que empezaron acá y siguieron en otro lado. La recordaremos en pasado, como un capítulo cerrado. La ciudad queda atrás, llena de fantasmas que alguna vez la habitaron, y que no volvieron a mirar.
Pero ella sigue estando, sigue recibiendo. Siempre alguien llega, siempre alguien empieza. La ciudad permanece, testigo silenciosa de que todo es pasajero, menos ella.