Lo que nadie puede darte

Cuando dejás que otros definan tu valor, les das el poder de quitártelo. Un elogio te hace sentir visto, una crítica te desarma, un logro te llena de orgullo y un tropiezo te hace dudar de todo. Vivís reaccionando, no desde una confianza real en vos mismo. Empezás a moldear tu vida según cómo creés que te perciben, en lugar de cómo realmente se siente vivirla.

Buscamos validación en desconocidos, en números, en títulos, en “me gusta”, esperando que confirmen lo que nos cuesta creer: que valemos, que somos capaces, que alcanzamos. Y por un rato, cuando llega el reconocimiento, parece que sí… pero nunca dura. Todo lo que se apoya en la aprobación externa necesita mantenimiento constante. Te la pasás buscando más, persiguiendo el próximo “sí” y temiendo el próximo “no”.

Cuando tu autoestima depende de lo que piensen los demás, quedás a merced de sus opiniones. Te transformás en lo que ellos necesitan que seas y te alejás de quien sos. En el intento de gustarle a todos, terminás perdiéndote.

Por más reconocimiento que acumules, nada tapa la inseguridad si la base no está firme. Aunque hagas todo “bien”, el enano interno te hará seguir sintiendo sintiendo que no alcanza. Porque el valor prestado es efímero: titila, cambia y siempre pide más.

Para sentirte suficiente, tenés que recuperar la fuente de tu dignidad. Eso empieza mirando hacia adentro. Entendiendo que no depende de lo que hacés por los demás ni de cómo te comparás, sino de algo más simple y profundo: estás acá, vivo, creciendo, intentando, aprendiendo.

Recomenzando.

Cuando dejás de tercerizar tu valor, tu vida cambia. Dejá de justificar cada decisión, de forzarte a encajar, de actuar para parecer valioso. Empezá a vivir desde tu esencia.

Te movés con intención, no con miedo. Hablás con claridad, no con culpa. Entendés que ser malinterpretado no te hace estar equivocado, que descansar no es ser vago y que equivocarte no es fracasar.

Si querés sentirte suficiente, dejá de buscar esa sensación en un mundo que se alimenta de tu inseguridad. Escuchate. Prestale atención a esa voz que siempre quiso recordarte que tu integridad nunca estuvo en duda —ni cuando tropezás, ni cuando te falta, ni cuando aprendés, ni cuando te cagan.

Nunca esperes que otro te dé tu valor. No es algo que puedan darte ni algo que ganes por hacerlo todo perfecto. Es algo que ya tenés. Que siempre tuviste.