Las garras del león
Durante los últimos treinta días me mantuve entretenido pensando y leyendo sobre algunas tonterías como el propósito y el sentido de la vida. Uno de los libros que más me divirtió fue “En el principio era el sentido” una conversación entre el dr. Viktor Frankl y un periodista austríaco llamado Franz Kreuzer (quien quiera leerlo me lo puede pedir).
Y aquí voy a citar un pasaje que puede ayudar a mirar si el sentido de la vida surge de un propósito o si es al revés.
-Profesor Frankl -dice el periodista- si nombramos su apellido entre personas medianamente informadas de cualquier rincón de los cinco continentes, obtendremos seguramente por respuesta la palabra «sentido» como fruto de la asociación de ideas.
¿Cómo ha logrado extender por todo el planeta con la precisión de un rayo láser la definición de su teoría y cómo llegó usted mismo a la cuestión del sentido? ¿Cómo descubrió usted su propia teoría?
A lo que Frankl responde: -Creo que se podría decir que primero descubrí mi teoría para mí mismo. Se suele decir que cuando alguien funda un sistema psicoterapéutico, lo que hace, en resumidas cuentas, es relatar su propio historial patológico, dejar constancia escrita de él en ese sistema. Todos sabemos que Sigmund Freud padeció pequeñas fobias y que Alfred Adler no fue precisamente un niño sano y robusto. De este modo Freud llegó a su teoría del complejo de Edipo y Adler a la del complejo de inferioridad. Debo decir que no soy ninguna excepción a esta regla. Soy consciente de que, cuando empecé a madurar, tuve que luchar mucho contra el sentimiento de que, al fin y al cabo, todo era un completo sinsentido. Aquella lucha acabó convirtiéndose en una determinación, y entonces desarrollé un antídoto contra el nihilismo.
En rigor, los nihilistas como Albert Camus, Nietzsche o Schopenhauer creían que no hay un "por qué" universal o una gran verdad que justifique todo lo que hacemos, y que está bien que así sea. Es como si estuviéramos jugando un juego de mesa sin reglas claras ni objetivo final. Ellos lo verían como algo liberador, ya que te permite crear tu propio significado en la vida, como por ejemplo elegir tus propias reglas para ese juego de mesa. Pero para otros, puede ser un poco desconcertante y desafiante, porque no hay un manual o una guía que te diga qué hacer.
Pero trayéndolo a ésta época, y en mi opinión, una de las mayores causas del nihilismo es llevar un estilo de vida descuidado. En no darle bola a nada. La mayoría de las personas se involucran en actividades innecesarias, relegando los propósitos y las metas de la vida. Ver una serie en Netflix se vuelve más importante que trabajar en un plan de negocios. Perder el tiempo en Instagram, enviar Whatsapp a personas durante todo el día y participar en conversaciones no productivas; todas estas cosas son malas elecciones de estilo de vida porque no ofrecen nada positivo para sus propósitos. Ojo, no digo que estas actividades sean malas en sí mismas, pero el grado en que las realizás dicta la cantidad de tiempo que perderás. El cerebro es holgazán por naturaleza, así que si no podés utilizar cada segundo que tengas, de la mejor manera posible, el camino para lograr tus objetivos solo se hará más lento y largo. Excepto que no tengas ningún objetivo a la vista, lo cual tampoco es malo en sí mismo pero puede llegar a traer consecuencias en caso de persistir en el tiempo.
Pero bueno, la gente perezosa ni siquiera piensa en todas estas pequeñas consecuencias y termina padeciendo la “muerte por mil cortes” que comentamos hace poco.
Una vez, Christopher Wren, el arquitecto a cargo de la construcción de la Catedral de Londres, quiso dar un paseo de incógnito por la cantera de donde se extraían los materiales con los que se construía la catedral. Quería ver con sus propios ojos cómo trabajaban los picapedreros. Miró al azar y se fijó en tres obreros con actitudes muy diferentes: uno trabajaba muy mal, con pereza y a desgano, otro lo hacía correctamente, cumpliendo con lo justo y necesario, y el tercero lo hacía con una fuerza y una dedicación maravillosas, parecía que estaba realmente disfrutando de la tarea de picar piedra, y de cortar y apilar cada uno de esos pesados bloques.
Intrigado por las actitudes de estos tres hombres, Wren decidió acercarse al primer trabajador, sin revelar su identidad, y de manera cortés le preguntó:
-Disculpe, señor, ¿cuál es su labor en esta construcción?. La respuesta del obrero fue bastante desalentadora: -porque no tengo más remedio, debo hacerlo de sol a sol porque si no lo hago, muero.
Se acercó entonces al segundo picapedrero y le repitió la pregunta. Esta vez, la respuesta reveló que el hombre trabajaba principalmente por la necesidad de ganar dinero para mantener a su esposa y sus cuatro hijos, sin mayor pasión por la tarea en sí.
Se dirigió entonces al tercer trabajador, aquel que mostraba un evidente entusiasmo por su labor. Al hacerle la misma pregunta, el picapedrero levantó la cabeza y con orgullo en su mirada respondió:
-Estoy construyendo la Catedral de Londres, caballero.
La perspectiva y la actitud hacen la diferencia. Ese picapedrero tenía la garra del león. Entendía su contribución como una parte vital en la creación de algo grandioso, lo que le brindaba satisfacción y propósito en su trabajo.
Esta otra historia es de la misma época, cuando el matemático Johann Bernoulli presentó a los miembros de la Royal Society (la comunidad científica) un desafío intrigante. La prueba comprendía dos problemas matemáticos de alta dificultad. La recompensa consistía en un libro de su colección personal altamente valorado por sus compañeros. Debido a la considerable complejidad del ejercicio, estableció un plazo de seis meses para encontrar las soluciones a ambas cuestiones.
Los intelectuales más destacados de esa época participaron en el desafío. No obstante, al concluir el período asignado para resolver los problemas, solo Leibniz (el que introdujo el tema del algoritmo) había logrado resolver uno de los desafíos. En vista de esta situación, Bernoulli concedió una extensión de seis meses adicionales. Sin embargo, al término de este segundo plazo, uno de los problemas aún carecía de solución y nadie había conseguido superar el trabajo de Leibniz en el otro problema.
Entonces Leibniz sugirió a Bernoulli que invitara a Newton a participar en el desafío. Dado que Halley (el del cometa) era amigo cercano de Newton, se le encomendó la tarea de presentar los problemas a Sir Newton. Así que Halley visitó a Newton y le informó sobre la situación, además de entregarle la carta de Bernoulli con los dos desafíos para resolver. Newton respondió que los examinaría más tarde.
A primera hora de la mañana siguiente Newton envió las soluciones en una carta, aunque sin firma. Se cuenta que Bernoulli, al ver los problemas resueltos y, sobre todo, la elegante y excepcional forma en que estaban resueltos, exclamó: "Es Newton".
Cuando se le preguntó cómo estaba tan seguro de su afirmación, respondió: "Tanquam ex ungue leonem", ó "Porque reconozco las garras del león".
Isaac Asimov reconocía a su tocayo Isaac Newton como un genio entre los genios y lo describía como "el científico más importante" porque "sin él, el mundo que conocemos no hubiese existido nunca".
Pero bueno, a mí que me disculpe Asimov y que me disculpen todos, pero vos, que estás leyendo, que le pusiste garra toda tu vida, que una vez le leíste un cuento a tu abuela y la hiciste emocionar, o que, sin tener estudios ni un puto mango llevaste a tus hijos a la escuela durante una pila de años para que puedan superarse, o que si ves un tipo tirado durmiendo en la calle no te resulta indiferente, también tenés garras de león, y si no hubieses existido, el mundo no sería tan maravilloso como hoy lo conocemos.
Adieu!