Ideas para no deber favores

 Androcles fue un esclavo que, tras haberse escapado de su amo, fue recapturado en Roma y lanzado a las arenas del circo para que los leones y la gente en las gradas pudieran divertirse.

Androcles se hizo famoso porque cuando le tocó el turno, el león que le salió al encuentro lo miró, lo estudió, lo midió, pero no lo atacó. El hecho causó el enojo de la gente, del emperador, del cuidador de las fieras, en fin. Todos saben que el león no se quiso devorar a Androcles porque le estaba agradecido.


Y es que Androcles, un tiempo atrás, lo había encontrado en el bosque, gimiendo, y sigilosamente se le acercó y así le descubrió una espina en la pata y se la sacó. De ahí la memoria agradecida de aquella bestia antirromana.


Pero leyendo un libro de historia me encontré con una versión que tiene al león con un perfil más cercano a la realidad humana. La gratitud, sepanlo muchachos, siempre tiene un lado de resentimiento. Deberle algo a alguien implica, de alguna manera, sentirse humillado por ese alguien. Por eso en ciertas tradiciones religiosas no se dice “haz el bien sin mirar a quién” sino al contrario: “haz el bien sin que el otro se entere quién”, es decir, quién hizo el bien, para que ese sujeto no se transforme en objeto de gratitud y resentimiento a la vez. 


Y eso le pasó al león. Dice el relato:

“Muy disgustado estuvo el león con Androcles, si bien se cuidó de hacérselo notar. Androcles le había quitado la espina, y el león debía estarle agradecido. Y lo estaba. Pero sus relaciones se habían tornado ficticias. La gratitud los asfixiaba. Todo se había desvirtuado. Continuamente debía mirarlo a los ojos con teatral ternura y lamerle los pies”.


Claro, no sé si el león hubiera preferido seguir con la espina y los rugidos desaforados. Pero, ¿cuánto tiempo puede un desdichado león engañar a un humano y perspicaz Androcles? No mucho seguramente. 


Al final, Androcles descubrió la verdad. El león casi revienta de los nervios y sin poder aguantarse más le dijo: -Androcles, te lo ruego, devuélveme la espina.


Androcles, humanamente mordaz, sacó de su bolsillo la histórica espina y solemnemente se la clavó en su propio brazo.


-Quítamela -le dijo al león heroicamente- y recobrarás la paz.


El león, asqueado y más dolorido que nunca le respondió: -Gracias, acabo de recuperar el dolor.



Adieu!

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