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Estado de bienestar

  Ayer estuve recorriendo la librería Yenni de mi ciudad. Como los libros de ficción (novelas y cuentos) los tomo prestados de la biblioteca pública, a las librerías solo voy para buscar libros sobre negocios, filosofía, psicología, marketing, en fin, todo lo relacionado estrictamente a la no-ficción. Esta vez, me sorprendió la terrible cantidad de libros que parecían estar enfocados en los problemas más básicos de la vida: cómo llevar una dieta sana, cómo hacer ejercicio, cómo tener amigos, y naturalmente… cómo ser feliz. Lo curioso es que, a pesar de que estos libros están por todos lados y la gente los lee, parece que los argentinos insistimos en no estar felices, sanos o conectados. Yo mismo solía leer mucho este tipo de libros, y ahora que lo pienso, me doy cuenta de cuánto tiempo desperdicié tratando de mejorar mi vida sin enfrentar los problemas de fondo. No es que no haya libros de autoayuda que valgan la pena. Los hay. Pero me parece que ya es hora de aceptar que muchos de los

Un poco de amor francés

  Me enteré de que en junio murió Françoise Hardy, qué pena me dio. La música de Françoise me acompañò bastante cada vez que estuve con problemas de autoestima. La elegancia de su voz, su imagen extraordinaria y el acento francés nativo me volvieron loco desde que la conocí. Se dice que el argentino siempre admiró a la comunidad europea y su estilo de vida, en especial a los franceses, de quienes por algún extraño motivo yo también me siento atraído. Asì que me senté tranquilo en mi escritorio a escuchar a Hardy en Spotify con un pantalòn pinzado color azul y una camisa de algodón también azul con rayas blancas que daban el toque marinero atemporal y sofisticado que la situación requería. Desearìa haber estado en un departamento con vistas al Sena y que la música estuviera saliendo de un toca-discos de vinilo en lugar del altavoz de mi computadora pero, aún asì, me sentì transportado a esos momentos glamorosos de la vida en que todo parece fácil, fluído. No estoy pensando en dinero, fa

Ideas para participar de un concurso

  Anoche escuché un podcast donde el entrevistado se quejaba de las modernidades que nos afectan, como los celulares, las computadoras, los smartwatch y todo eso. Mientras oía la entrevista, imaginaba cómo hubiera sido la charla de haber ocurrido un siglo antes, con la aparición de la moderna máquina de escribir y su poderosa ráfaga de letras. Fue en una de esas máquinas donde aprendí a usar el teclado, posicionando todos los dedos de las manos en las enormes teclas, que eran el doble del tamaño de mis deditos. Cu - u - e - ere - te, y luego pe - o - i - u - y, según la técnica de repetición que me hacía practicar mi vieja (gracias ma, pocas cosas me sirvieron en la vida tanto como eso). El entrevistado del podcast resaltó que prefiere las cosas a la antigua. Cuanto más conoce las decisiones modernas, más aprecio siente por las buenas y viejas costumbres. Puse una minúscula sonrisa en mi rostro, una tradición que se me repite de vez en cuando. Algunas personas llaman a eso conservaduri

Ideas para pensar mejor

  Pensé que este finde XL iba a pasarlo adelantando escritura del libro de ajedrez en el que vengo trabajando hace diez meses, pero no, apenas si pude dedicarme a pensar un poco. Y es que con la práctica vas viendo que antes de encarar una buena escritura, es necesario buscar un buen pensamiento. Esta idea puede parecer evidente, pero en esta era de producción rápida y constante, es fácil olvidarla. Estamos atrapados en un ciclo de contenido efímero, donde la presión de la inmediatez reemplaza la profundidad del pensamiento. Pero además de cancherear, ¿qué quiero decir con esto de "buen pensamiento"? Me acuerdo que, una vez, mientras cursaba la licenciatura en composición musical, para aprobar una materia nos pidieron un ejercicio que consistía en una pieza que integrara elementos de música clásica y jazz contemporáneo. La consigna parecía directa: tenía que investigar, analizar las obras y componer mi pieza. Sin embargo, cuanto más estudiaba las estructuras y armonías, más c

Las dos flechas

  Casi siempre me veo tentado a esperar ese momento — que siempre parece estar a la vuelta de la esquina — en el que mi vida finalmente será el oasis tranquilo, creativo, ordenado y equilibrado que siempre imaginé. Es un lugar donde no es necesario andar lidiando con las personas, los contratos, los impuestos, la inflación, y toda la infinita cantidad de problemas de la vida. Es un lugar donde no me fastidio por hablar con representantes de servicio al cliente, la casa está limpia, los vidrios no tienen huellas, no tengo dolores, y tengo tiempo para escribir, leer, jugar al golf, ir a la plaza con Felipe y practicar algo nuevo; yo qué sé. Sorprendentemente, ni siquiera haber atravesado una pandemia global logró quitarme una idea obvia: no importa lo que haga, ese día nunca llegará. En verdad, me avergüenza lo frecuentemente que me permito sumergirme en la infantilidad de esa creencia. Cuántas veces resisto esta realidad inamovible tratando de superarla y organizarme mejor que lo que el

Una rata muerta

  Hace unos días, en el depósito donde guardamos las bicicletas, las herramientas, etc, me crucé con una rata. Fue la primera vez en mi vida que hice contacto visual con ese bicho singular. Cuando yo salía ella entraba, como si nuestros roles quisieran invertirse solo por curiosidad.  Con la idea que pueda retirarse voluntariamente, dejé sin éxito la puerta entreabierta, porque pasados dos días, y al regresar al galpón para buscar unas pinturas, escuché el ruido característico que hacen esos intrusos cuando tienen algo que esconder. “Un día más -pensé- voy darle tiempo hasta mañana para que pueda escapar sin verme obligado a imponer las normas de admisión que tenemos en la casa”. Pero la rata no quiso irse, así que inicié el protocolo de exterminio que se estila en estos casos. Primero puse un cebo azul, indicado por el ferretero como uno de los más potentes. Al día siguiente el cebo no estaba pero el ruido feo continuaba. Puse una nueva pastilla y nada: rata dos, cebo cero. El tercer