Dios lo ve

 Hace algunos años hice un curso para aficionados al análisis cinematográfico. Analizábamos películas clásicas de autores clásicos como por ejemplo Luchino Visconti. Ayer, por casualidad, recordé una anécdota sobre la filmación de Gatopardo. Parece ser que en su rodaje, por más repeticiones que hicieran, una de las escenas no salía como Visconti pretendía. Entonces, de pronto, tuvo una idea extravagante y dijo: “llenemos todos los cajones y alacenas con objetos de verdad”. Los productores, asombrados, pensaron que Visconti estaba loco pero le dieron el gusto y llenaron los armarios con ropa, papeles, objetos antiguos y volvieron a grabar. 

En el mundo del arte y la creación, hay gente que está siempre en la búsqueda de la perfección que va más allá de lo que el ojo humano puede percibir o apreciar. Se trata de un deseo intrínseco de superar los límites y alcanzar una excelencia que, aunque pueda parecer excesiva para algunos, responde a una motivación más profunda y espiritual. Esta búsqueda obsesiva de perfección se manifiesta en actos aparentemente inútiles, como exigir simetría absoluta en lugares ocultos, solo para honrar una visión o ideal superior.


Se cuenta que el arquitecto británico Edwin Lutyens exigía a sus aprendices que colocaran de manera perfectamente simétrica las ventanas de un edificio en una fachada que nadie vería. La razón no era simplemente estética o funcional, sino una manifestación de su profundo respeto y devoción por la excelencia. Aunque esas ventanas no serían jamás contempladas por los ojos humanos, Lutyens creía firmemente que Dios las vería y, por lo tanto, merecían ser perfectas.


En el libro biográfico de Steve Jobs hay una anécdota parecida. Las primeras Macs portátiles tenían la entrada del CD Rom al costado izquierdo del teclado sostenida por dos tornillos. Cuando Apple diseñó el iBook, Jobs exigió a los ingenieros que colocaran también, del otro lado, dos tornillos “de vista” sólo para guardar simetría. Dicen los que saben de computadoras que, si abrís una Mac, por dentro lucen hermosas, y que el hecho de tener todo perfectamente ordenado es algo que también quien luego los repara sabe felizmente agradecer.

 

Jobs decía que eso lo aprendió de su padre, quien tenía su caja de herramientas perfectamente ordenada por más que jamás la abriera y mantenía guardada en un galpón. Por más que ni él lo viera, el interior debía estar siempre bien ordenado.


Esta idea de “Dios lo ve” remite un poco a los escolásticos, quienes promovían la idea de crear a imagen y semejanza de Dios. Para ellos, la perfección en el diseño o cualquier otra forma de creación, era una forma de honrar y reconocer a una entidad superior. En lugar de diseñar para la aprobación o admiración de los hombres, el verdadero propósito estaba en diseñar con una mirada puesta en los dioses, en alcanzar un estándar divino de excelencia.


Más allá de misticismos, desde hace un tiempo, con Mau, estamos abrazando este concepto en cada trabajo que hacemos. Un par de líneas de más, una revisión extra antes de la entrega, un cálculo adicional o una idea complementaria que no espera ser reconocida o valorada por el cliente, tienen un valor inherente que va más allá de lo comprometido. Se trata de hacer lindo el trabajo, de un regalo espiritual y creativo, donde la búsqueda de sentido sea nuestra forma de agradecer todo lo que hay para agradecer. 


Adieu!


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