Necesito un problema
Revisando correos viejos encontré un post que escribí en 2009 en un blog parecido a éste. En ese momento me había quedado dando vueltas una idea muy simple: ¿Qué haríamos si tuviéramos todo resuelto? ¿En qué ocuparíamos el tiempo si los problemas desaparecieran por un rato?
Buscando ejemplos extraños sobre eso descubrí un sitio que ofrecía la respuesta perfecta: un servicio donde la gente pagaba para que le asignaran un problema. Se llamaba “Necesito un problema” (Need a Problem) y por lo visto había un mercado entero de personas contentas, con tiempo libre y, al parecer, con pocas complicaciones existenciales… que querían una más.
El mecanismo era simple: elegías la dificultad —trivial, sencillo, normal, difícil o casi imposible— y pagabas según el nivel. A cambio recibías un email con un problema diseñado especialmente para vos. ¿La recompensa por resolverlo? Nada más y nada menos que la satisfacción de haberlo logrado. No había premios, no había rankings de millonarios… solo un cuadro de honor de happy solvers (solucionadores felices) con más de 900 chabones que habían comprado un quilombo voluntariamente.
Es re loco pensar en cómo funcionan los problemas en nuestra vida. A veces los esquivamos, a veces nos quejamos… y a veces hasta los extrañamos. Quizás lo que define a un problema no es su gravedad, sino el lugar que ocupa en nuestra cabeza.
Así que mirá: si por ejemplo digo “creo que me estoy enamorando”, ¿eso es una solución o un problema? Si digo “tengo que trabajar”, ¿es un problema o una solución? ¿Y si te digo que “todos los problemas tienen solución”… es una solución o un problema?