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Ya lo dijo Shadow...

¿Se van a acordar de cuando me ataba el pelo con una gomita, esa que mostraba mi energía varonil? Me pregunto qué les va a pasar por dentro cuando de vez en cuando escuchen mi nombre. ¿Van a esquivar el tema o se van a animar a recordar los momentos en que traté de ser más atento? ¿Se reirán al pensar en cómo prefería hacerme el boludo antes que hablar mal de alguien? ¿Van a decir unas palabras por mí, contando lo que me querían? ¿Me van a recordar en los platos que me gustaban, diciendo “este era su preferido”? Quizás mi nombre despierte broncas viejas, por palabras o actitudes que haya largado con enojo. ¿Igual me van a llorar un rato? ¿Voy a ser digno de alguna que otra lágrima? ¿Se van a aparecer un ratito aunque sea en mi velorio? ¿Mi nombre va a sonar, aunque sea bajito, deseando que me levante una vez más? ¿Viví lo suficiente para que me recuerden? ¿Voy a estar en sus rezos cuando prendan una vela? ¿Esa luz me va a guiar o se van a preguntar si de verdad me fui? En los silencios...

El catalejo

Todos tenemos secretos, guardados en una bóveda sin copia de llave. Me resulta increíble cómo puedo mirar a alguien, convencido de que lo conozco de memoria, y aun así sorprenderme con cada detalle nuevo que aparece. Es raro y lindo a la vez, ¿no? Nos mostramos ante los demás y lo que ven es apenas un costado, creyendo que eso es todo lo que somos, cuando en realidad no. Somos un universo, y cada persona que llega a nuestra vida elige apenas una galaxia para recorrer. Y algunas pocas veces, cuando el amor y la suerte se alinean, aparece alguien con un catalejo enorme que quiere mirar más lejos: que no se conforma con una sola galaxia, y quiere conocer el universo entero. Dicen que lleva mucho tiempo y esfuerzo conocer de verdad a alguien; reconocer el mapa de sus cicatrices, notar las diferencias entre sus risas y sus suspiros, entender qué silencios son buenos y cuáles duelen. Lo siento especialmente ahora, en medio de este cambio de trabajo. Es como si también yo estuviera mudando de...

Para lo que resta del año

Que nuestros sueños no sean solo para nosotros, sino también para los demás. Que nuestra mirada abrace vidas más allá de la nuestra: personas que nunca conoceremos y corazones que latirán incluso mucho después de los nuestros. Que lo soñado atraviese el tiempo y la tierra, porque el futuro no empieza ni termina con nosotros, también lo habitan quienes un día vivirán en los espacios que dejamos. Si soñamos solo con nuestro propio éxito, dejamos atrás a otros en sistemas que nunca los contemplaron. Cuando soñamos en colectivo —por justicia, por inclusión, por sanar— sembramos semillas que se multiplican. Que en cada sueño haya lugar para que el de otro también viva. Nuestra libertad está entrelazada. Tu felicidad no le quita nada a la mía. Que nuestros sueños no sean jaulas de logros, sino caminos anchos donde otros puedan caminar al lado. Soñemos con aulas donde cada pibe sea visto, con calles seguras y barrios con identidad, con ciudades habitables que no exijan probar nuestro valor pa...

Acerca de la ciudad

  Mi ciudad está hecha de gente de paso. Llegan con valijas y convicciones; alquilan piezas, compran casas, sacan fotos del amanecer como si fueran a quedarse. Pero, en el fondo, saben que no, y con el tiempo aprendés a reconocerlo a simple vista: no es de pertenencia, es de tránsito, de espera, de construcción. Vinieron a buscar algo… Acá todo es transitorio: las caras, las voces, los pasos en los pasillos, las macetas en balcones de edificios. No es ciudad de raíces, sino de tránsito. Y ella lo sabe, porque nunca fue pensada como destino final. No es tierra de aterrizaje sino de despegue. Acá los sueños no se plantan para florecer, sino para llevarlos a otra parte. Es ciudad de primeros capítulos, de borradores, de ese desordenado “mientras tanto”, entre el “todavía no” y el “casi”. Y ellos llegan en oleadas: soñadores, hacedores, los que vienen con estrellas en los ojos y plazos en los bolsillos. Buscan algo más grande: una universidad prestigiosa, un trabajo seguro, un nombre p...

Alto en el cielo

  En casa preparamos la cena cerca de las 19:00 Hs. A la media hora ponemos la mesa, sintonizamos una peli y antes de las 20 ya estamos comidos y haciendo sobremesa. A las 9 de la noche apagamos las velas y al poco rato todo el mundo está durmiendo.  Pero hoy no. Son las 23:30 y otra vez estoy despierto. La casa está en silencio y afuera también, pero mi cabeza aún no descansa: los pensamientos son como visitas que se instalan sin permiso y tenés que apagarles la luz para que se vayan de a poquito. A esta hora todo se siente blando y pesado a la vez. El silencio es espeso pero me gusta; entonces escribo. A veces son cartas que ni en pedo mandaría, otras recuerdos que intento suavizar. La mayoría de las veces, solo giladas volcadas al vacío. La noche temprana tiene un aire distinto, como si el mundo se guardara algo en secreto para más tarde. Y siempre, casi a la misma hora, escucho el zumbido grave de un avión. Ese sonido me sugiere que alguien está viajando hacia algún lugar,...

Metela adentro

Hoy siento que este momento es el punto más alto de todo lo que viví antes, como si me hubiera estado preparando toda la vida para llegar hasta acá, como dice Maslatón. Me veo parado justo donde tengo que estar, 100% listo para cualquier cosa que venga después. A veces la vida se parece a una carrera. Mirás alrededor y pareciera que algunos van rapidísimo y otros se quedan atrás. Yo también caí muchas veces en la trampa de compararme y pensar que no avanzaba lo suficiente. Pero esa carrera no existe, no hay una única línea de llegada, cada uno tiene su propio recorrido, su propio tiempo y sus propios tropezones. Me ayudó pensarlo como una caminata: algunos apuran el paso para llegar antes, otros prefieren frenar y mirar los árboles y las casas. Al final, todos llegan, pero cada experiencia es distinta. Y lo más importante es aceptar que el ritmo propio también vale, aunque sea más lento o, como el mío, más incierto. La semana pasada, en la feria de desarrolladores me pasó de escuchar a...