Hasta el fondo
Hoy siento que este momento es el punto más alto de todo lo que viví antes, como si me hubiera estado preparando toda la vida para llegar hasta acá, como dice Maslatón. Me veo parado justo donde tengo que estar, 100% listo para cualquier cosa que venga después.
A veces la vida se parece a una carrera. Mirás alrededor y pareciera que algunos van rapidísimo y otros se quedan atrás. Yo también caí muchas veces en la trampa de compararme y pensar que no avanzaba lo suficiente. Pero esa carrera no existe, no hay una única línea de llegada, cada uno tiene su propio recorrido, su propio tiempo y sus propios tropezones.
Me ayudó pensarlo como una caminata: algunos apuran el paso para llegar antes, otros prefieren frenar y mirar los árboles y las casas. Al final, todos llegan, pero cada experiencia es distinta. Y lo más importante es aceptar que el ritmo propio también vale, aunque sea más lento o, como el mío, más incierto.
La semana pasada, en la feria de desarrolladores me pasó de escuchar a los mejores y sentirme una hormiga atómica al lado de ellos. Pero al mismo tiempo podía ver que no era una desventaja si podía observarlos como faros. Ejemplos de quienes aprender, referentes que marcan otros caminos posibles. Compararse con los mejores molesta un poco, pero también te empuja a crecer, a no conformarte, a animarte a dar un paso más.
Una cosa típica de ver en los jóvenes es que miran a otros y sienten que cualquier gil pudo ir consiguiendo todo: título, trabajo, casa, familia, y ellos todavía andan buscándose. Pero no ven que su historia no puede compararse con la de nadie. Cada una tiene que avanzar con sus propias estaciones, sus momentos de sol y de tormenta.
Cuando tenía 14 años jugaba al tenis en El Molino, entrenaba bastante duro con la idea de progresar en los torneos. Por esos días jugaba en el club Gustavo Merbilhaa, un loco cuatro años mayor, al que yo admiraba profundamente. Tenía la facha y el físico ideal, le pegaba como los dioses y las chicas suspiraban por él. Pero suspiraban realmente: me acuerdo de estar mirando sus partidos desde las gradas y escuchar la respiración (fuerte) de las minas como si las estuviera acariciando. Increíble.
Sólo una vez pude hablar con Gustavo. Me le acerqué respetuoso para pedirle algún consejo que me ayudara a ser como él: -“metela adentro”, me dijo. Nada más.
Fue quizás el mejor consejo recibido jamás, pero recién pude comprenderlo dos o tres años después, cuando conseguí meter otra cosa en otro lugar...
Incluso esa sensación de “querer ser como él” venía siendo una señal de que estaba creciendo. Ese inconformismo se da justamente porque uno quiere más, porque está aprendiendo y empujando sus límites.
Hoy creo que es al pedo ver si vas adelante o atrás de otros, sino de estar presentes en el tramo que nos toca. De no dejar de asombrarse, de valorar los pasos chicos, de aceptar que no todo es lineal y que incluso las pausas sirven para algo.
Así que cada vez que vuelve esa ansiedad de compararme trato de ver que estoy en mi lugar, en mi tiempo. Que el apuro de otros no es el mío. Lo importante es seguir andando, animarme a jugar a mi manera y, dentro de lo posible, disfrutar hasta del caos.
Acabo de salir de la sesión de gimnasia y el profe me felicitaba porque tenía erguida la cabeza. Jaja, parece que supiera que éste es mi momento, que todo lo vivido hasta ahora empieza a cobrar sentido.
No hay destino escrito, muchachos, lo vamos escribiendo con cada decisión, en cada partido; con cada palo y cada victoria.
Y quién te dice que hasta lo peor, lo más duro que estemos atravesando, termine siendo el ejemplo que otro necesitaba para no rendirse.