Piratas

 Las temáticas de piratas, corsarios y sus historias a lo largo de los siete mares siempre me cautivaron. Aquel submundo marino, los códigos éticos (que eran muchos), las estrategias navales y las pequeñas repúblicas que formaban mientras bebían tragos de ron o vinos de baja calidad vale la pena conocer. Los piratas, más que los corsarios, representaban el mal asumido, el anti-sistema, el problema a ser eliminado. Se apropiaban por la fuerza de lo que los marineros y capitanes comunes nunca podrían tener con sus escasos salarios y la ambición domesticada. ¿Ladrones? Sí. ¿Bandidos? Sin duda. ¿Indeseables? Sí, pero no en los libros de aventuras. 


Pero había algo genuino en las pandillas de piratas: el gusto por la piratería. 


A diferencia de casi todas las tripulaciones convencionales, no tenían esclavos entre ellos. Todos estaban allí por elección propia, elegían a su capitán mediante votación, compartían el botín a través de un sofisticado sistema de repartija (dos para mí, uno para tí) y raramente se enfrentaban entre ellos. Claro, esa es la parte positiva, llena de enseñanzas y valores como lealtad, aventura, espíritu libertario e incluso autodeterminación. Algunos dicen que el lema entre ellos era algo así como “el piratismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”. Sin embargo, resulta un tanto incómodo saber que vivieran infringiendo todas las leyes de su época. Robaban, saqueaban y burlaban a cualquiera sin remordimiento. Los gobiernos de los países a los cuales pertenecían, como Francia, Inglaterra, España y otros países hacían exactamente lo mismo, pero eran gobiernos constituidos, como los actuales, con derecho a la hipocresía. Hoy sabemos que algo incorrecto no requiere de algo incorrecto para justificar lo incorrecto. En fin.


El punto es que ahora, por más lustros que sigan pasando, seguimos teniendo personas con alma pirata; con ese sentido de aventura que las lleva a intentar capturar lo que desean incluso por la fuerza. Sociópatas, psicópatas, narcisistas, violentos, sin empatía: los piratas de ahora necesitan terapia urgentemente. El problema es que podrían querer al terapeuta solo para ellos, porque bla, bla, bla, cuando eran niños…


Yo sería más bien como un pirata boutique. Me encanta navegar, tengo un garfio en la mano derecha y llevo un loro arriba del hombro. No me baño casi nunca, tengo barba, bigote y el aliento apestoso. No tengo jefes, me meto en problemas sin que nadie me obligue y cada tesoro que encuentro se me termina hundiendo con barco y todo. En pocas palabras, soy un pésimo pirata. Sí a la aventura, pero sin la parte de hacer al otro prisionero. 


Los corsarios, en cambio, son una rara avis, ya que son piratas al servicio de un Estado, lo cual es una contradicción en sí misma. Piratas con credenciales de pirata. Malvados, peleadores, ladrones y violentos, vivían saqueando a los verdaderos piratas y devolviendo la mayor parte de lo que conseguían al Estado que los patrocinaba. Piratas patrocinados por el Estado ¿te suena?. 


Jamás sentí simpatía por el héroe a medias, y el corsario es un pirata a medias. Necesito, o al menos así lo siento, un límite claro, ese punto crítico donde, una vez cruzado, las opciones se reducen considerablemente. Aunque no te identifiques como pirata, si te perciben como tal y no actuás conforme a esa imagen, bancatela si te destierran. Sin embargo, respeto la elección entre ser pirata o un marinero común y corriente. El corsario merece la indiferencia tanto de las autoridades como de los propios piratas, ya que habita en esta zona gris, la de los delincuentes con contrato. Por ende, no se puede ser ambas cosas. Ser a veces pirata y otras veces marinero me agota como metáfora. Entiendo que ambos lados desearían tenerte en su bando, pero no se puede ser bueno y malo al mismo tiempo; hay que tomar decisiones.


Cuando alguien infringía las normas piratas con severidad, las consecuencias podían ser la amputación de una oreja, un dedo o incluso el decapito de pito, según la gravedad del delito. A veces los dejaban a su suerte en islas remotas, exponiéndolos a morir de hambre, de sed o por simple aburrimiento. Bromas aparte, habría que chequear si hay registros de piratas que hayan muerto por síndrome de abstinencia piratil; para algunos, la vida se vuelve un tedio si hasta la culpa se pierde. 



Adieu!

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