Introyección

 Una vez que ya me encuentro arrodillada en el suelo en una posición de súplica, permítanme mantener esta postura mientras viajo en el tiempo hasta tres años atrás, al momento en que toda esta historia comenzó. En ese instante, también me encontraba en esa misma posición: de rodillas en el suelo, rezando. Sin embargo, todo era diferente en relación con la escena de hace tres años. En aquella ocasión, no estaba en Roma, sino en el baño del piso superior de la gran casa en las afueras de Nueva York que acababa de comprar con mi esposo. Eran alrededor de las tres de la madrugada en un frío noviembre. Mi esposo dormía en nuestra cama. Me encontraba escondida en el baño por lo que sería la 47ª noche consecutiva, y, como en todas esas noches anteriores, lloraba con fuerza. Mis lágrimas y mocos formaban un gran charco delante de mí en los azulejos del baño, un lago creado por toda mi vergüenza, miedo, confusión y dolor. No quiero seguir casada. Trataba de evitar admitirlo, pero la verdad seguía apareciendo. No quiero seguir casada. No quiero vivir en esta gran casa. No quiero tener un hijo. Elizabeth Gilbert en "Comer, Rezar, Amar".

Ayer ví esta peli de 2010 protagonizada por mi actriz favorita Julia Roberts. Es una historia verídica en la que Elizabeth Gilbert sufre una especie de crisis existencial. Y un día decide patear el tablero de su supuesta vida ideal y sale de pronto a recorrer el mundo. Una vida en la que todo parecía estar bien, pero no.


La peli me resultó bastante lenta y el tema algo aburrido, pero me atrajo muchísimo ver los “mecanismos de defensa” que la protagonista utiliza para evitar el contacto con otros, con el entorno y con las situaciones emocionales incómodas. 


Esto lo hablé con mi psicólogo más de una vez. Parece que estos mecanismos de defensa psicológica se desarrollan desde que somos chicos, como una adaptación frente a la estructura (a veces algo disfuncional) de nuestro sistema familiar. Posteriormente, repetimos estos patrones en otras relaciones, oscilando entre diferentes mecanismos de defensa según la situación: como la indiferencia, la proyección, la negación, etc. Sin embargo, hay tendencias del entorno que influencian nuestra forma de actuar. Si no voy errado, en el caso de Elizabeth es algo que técnicamente se conoce como Introyección.


La introyección es cuando una persona adopta inconscientemente ideas, sentimientos, comportamientos y otros aspectos del ambiente que la rodea. En lugar de enfrentar directamente una emoción o pensamiento perturbador, la persona "introyecta" esta experiencia en su propio yo, como si incorporara en sí misma una parte de otra persona.


Elizabeth se separa de su marido y se pone de novio con otro. En una escena, almorzando con un amigo, éste le hace un comentario tipo: -“antes eras igual a Juan, ahora te ves igual a Pedro”. El novio de Elizabeth, Pedro, toma a mal este comentario, pero ella sonríe porque entiende a lo que se está refiriendo su amigo.


Según un terapeuta bastante conocido, Fritz Perls: "todo lo que hay en nuestras mentes proviene del entorno, y hay una necesidad orgánica, física o psicológica de ello. Estas influencias deben ser asimiladas y comprendidas para ser genuinamente parte de nosotros. Si las aceptamos ciegamente, se convierten en una carga".


La persona introyectora se adhiere a normas y reglas (yo las llamo “normalidad”), pero no siempre encuentra la felicidad. Puede ser que estas personas sean muy rígidas en sus creencias y acciones, y a veces incluso contradictorias. Cuando las papas queman, entran en crisis al darse cuenta de que seguir la normalidad no siempre conduce a los resultados esperados.

Para una salud emocional, es clave reflexionar sobre lo que asimilamos desde chicos.


La introyección es muy útil, creo yo, para “encajar” sin gran esfuerzo a la hora de cumplir con las normas sociales básicas. Sin embargo, como en el caso de Elizabeth, seguir las reglas (la normalidad) así porque sí, puede volverse un dolor de cabeza. 


A lo que voy, muchachos, es que las reglas están hechas para seguirlas, todo bien, pero NO sin cuestionarlas, evaluarlas, y ponderarlas con otras perspectivas y valores. La salud implica equilibrio, y este equilibrio es único y personal; y para lograrlo con madurez, quizás debamos tomarnos el trabajo de ejercer nuestra autonomía “dejando que fluya” -claro que sí- pero haciendo elecciones conscientes.


Adieu!

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