El rico tambaleante

Desde hace más de 15 años, al menos una vez por año, agarro la biblia y le doy una leída rápida al libro de Job. Es tremendo. El libro de Job, si lo sacás del asunto religioso, es una bomba filosófica sobre el sentido del sufrimiento humano. Es la historia de un tipo que lo tenía todo: guita, familia, salud, prestigio. Y de un día para otro queda en pelotas. Pierde absolutamente todo. No porque hizo algo mal, no porque se mandó una cagada, sino porque sí. Porque la vida a veces es así de arbitraria y brutal.

Lo fascinante de Job no es tanto lo que le pasa, sino cómo lo enfrenta. El tipo no se queda callado ni se resigna con un “bueno, será la voluntad del destino”. No: Job grita, pregunta, se enoja, discute. Es el representante perfecto de cualquiera de nosotros cuando la vida nos pega un buen sablazo. Es esa voz incómoda que se planta frente al vacío y dice: “Che, ¿y esto? ¿Cuál es la lógica? ¿Dónde está la justicia?”

Más allá de creencias o banderas, la partida del Papa Francisco nos deja a muchos con ese vacío raro, con ese sacudón inesperado. Porque no se trataba sólo de un Papa: era un símbolo, una voz que, como Job, no tuvo miedo de preguntar, de incomodar, de meterse donde dolía. Su ausencia también nos confronta con el sinsentido, con el agujero que queda cuando se va alguien que, de alguna forma, ayudaba a mirar el mundo con otra luz.

Los amigos de Job cumplen un rol que nos resuena demasiado: campeones del consuelo barato. Le tiran frases hechas, buscan explicaciones, quieren calmarlo. Pero Job no compra. Él quiere respuestas, no excusas. Y ahí está lo provocador, porque Dios no le da ninguna de esas respuestas. Ni a él ni a nosotros. No hay manual, no hay receta, no hay “todo pasa por algo”. Hay preguntas. Crudas. Sin anestesia.

Hoy, en un mundo que corre detrás de explicaciones rápidas, Job y Francisco —cada uno a su manera— nos incomodan. Nos recuerdan que a veces la vida no cierra. Que hay dolor, y punto. Pero que incluso ahí, en medio de la intemperie, hay algo valioso: la voz que no se calla, el coraje de seguir preguntando. De resistirse al consuelo fácil. Y de seguir parado… aunque sea tambaleando.

Adieu!