Las cosas que no son cosas

 Las cosas que no son cosas son más frágiles que las cosas. 

Las no cosas son como el agua, traslúcidas, insípidas e incoloras, desaparecen bajo la mirada observadora del observador. Se manifiestan, surgen, se adornan, brillan, se ahogan, mueren y reencarnan de mil formas. Lo que sucede, o no sucede, es que todas las no cosas son cosas que no son. Existen etéreamente, son como un suspiro. Pero son. 


El error que cometemos con las cosas que no son cosas es pensar que siempre serán las mismas cosas. No es de eso que están hechas las no cosas. Su vocación es transmutar su estado, cambiando y mutando de una cosa a otra todo el tiempo. Lo dicho ayer es otra cosa cuando se compara con lo dicho hoy. La temperatura es diferente. El deseo ha cambiado. El afecto ha aumentado. El tiempo se ha perdido. Hubo sueño hasta que, por ejemplo, el dedo chiquito del pie choca con la pata de la cama y ya no hay sueño. Sucede el retraso, la cancelación, la espera, la exasperación, el chiste, el espectáculo, el resultado del partido de fútbol y el camino recorrido entre el ser que habló ayer, y el ser que escuchó (o no escuchó) hoy. 


Parecen las mismas personas, pero ahora está la hija, el hijo, la nieta, el cuñado demandante, todo lo que se desea hacer, lo mucho que no se hizo, el miedo, el placer, el amante cancelado, la falta de espacio, el exceso de falta, las imperfecciones, la perfección, la mujer multiplicándose en mil mujeres utilizando millones de trucos para encontrarse con su amor propio, y los otros dos inefables: el hombre y su pito duro. 


Cada mañana, al salir al encuentro con el mundo, algo se resetea y nos cambia. Nuestras células ya no son las mismas. Nosotros ya no somos los mismos. El cambio transforma la mirada. Las modificaciones ilusionan, desilusionan y/o frustran. La constancia y la solidez son una ilusión cotidiana de millones de seres deseantes unos de otros, incluso cuando ya están en estado de (des)encuentro. Saber esto es bueno porque libera al otro más allá de sí mismo, haciéndolo libre de todo lo que le exigimos como presencia. El cambio es un prócer libertador del ego.


También nos libera del "fueron felices para siempre" la inercia de las cosas que no son cosas. Aprendí que eso (el para siempre) es una maldición que congela las historias en una sonrisa forzada y guarda la foto en un cajón. En la insatisfacción prohibida de ser manifestada. 


¡Es una tontería imaginar un tiempo inmune a los cambios!. Estaríamos eximidos de la alegría que implica construir lo nuevo diariamente. No serían posibles las transformaciones que nos libraron de las cavernas, de los microbios y de la carne cruda. Se volverían inviables experiencias increíbles, solo vividas si estamos lúcidos sobre la fragilidad de las cosas que no son cosas, sabiendo que nos cambian y que nosotros las alteramos. 


Las separaciones son similares a los tifones en Japón, a los solos de guitarra del jazz, a las películas terror en español y al resto de las no cosas olvidables. Suceden poco a poco, son una construcción de miradas distraídas, que no se preocupan, que no van al cine ni a mirar vidrieras. Son un enorme cuentagotas llenando un mar de amargura o levantando un cerco de amor por todos lados. 


Es conociendo la fuerza de todo esto que se resiste a la rutina, a los altibajos de todo, a las angustias mutantes de existir. Así, el "te amo" necesita ser constantemente revisado y renovado, ya sea dicho o callado. El "te amo" cambia de un día para otro, no en el sentido repentino, sino continuamente, día tras día. 


El cambio no le gusta a nadie, pero hay que reconocer que es una maravilla; está hecho de todas esas cosas que no son cosas, del movimiento constante y brutalmente necesario para reinventarnos diariamente.



Adieu!

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