Ideas para agudizar el olfato

No era cítrico, ni cálido, ni floral. Tampoco tenía nada del lavanda que siempre me gustó.

No me gustaba mucho ese olor.

Era algo fuerte, denso, medio arrogante. Como esos perfumes que se quedan flotando en el aire mucho después de que la persona se va, como si quisieran seguir hablando cuando ya no hay nadie escuchando. Olía a alguien que necesitaba que lo notaran, aunque no supiera cómo hacerlo.

Y ahora lo busco.
No exactamente ese, pero algo parecido. Algo que me haga sentir que el aire vuelve a tener historia.

A veces lo encuentro de golpe en los lugares más raros: en la ropa limpia, en el vapor de una olla, en un perfume barato, o en la mezcla entre jabón y humedad de un día de lluvia. Y me quedo quieto, respirando apenas, como si con eso pudiera atrapar algo que no quiero perder.

No es nostalgia así nomás. Es más físico, más profundo. Es el cuerpo recordando algo que mi cerebro se niega a olvidar.

Ese olor se me aparece en la gente que pasa por la calle, en un estante del súper, en una casa vieja. Es el olor que siento cada vez que preparo el mate. Lo sigo, lo busco, lo persigo como si pudiera volver a un lugar donde el tiempo no corría tan rápido.

Y cuando finalmente me doy cuenta de qué es lo que estoy buscando, se me afloja el pecho.

El olor que tenían sus brazos, su ropa, su casa. Ese que mezclaba jabón blanco, crema Pond’s, Sapolan, sopa recién hecha y cariño sin apuro.
Talquito.

Eso es lo que busco en cada aroma que me cruza.


Diosito lindo si estás ahí, dame toda la nariz que puedas para que el olor de mis abuelas no se vaya nunca de mí.


Feliz día.