Seguí participando

 Esta semana que pasó la encaré fuertemente con un plan. Lo había preparado como un nuevo comienzo: mental y emocionalmente, hasta en la forma en que dejé mi escritorio impecable la noche del domingo anterior. Estaba listo. Pero poco después de acomodarme en esa sensación… llegó un mensaje de Whatsapp.

Un retraso. Una postergación. Apenas unas pocas palabras, prácticas y neutrales, pero que se sintieron como si me hubieran apretado el botón de pausa justo cuando empezaba a sonar la música.


Antes, algo así me hubiera cambiado todo: la energía, la motivación, el humor. Hubiera dejado que el día se me escapara entre los dedos, sólo porque la estructura que sostenía había cambiado.


Pero esta vez no. Elegí seguir con propósito, seguir levantándome, respirando, entrando en las mañanas como si algo hermoso todavía estuviera desarrollándose…


No había reunión ni fecha límite. Pero igual me presenté para mí.


Antes pensaba que la disciplina sólo contaba cuando alguien más podía verla, pero esta vez sentí que la forma más importante de “estar presente” es la que nadie ve.


Agradecí el tiempo libre inesperado, porque la agenda postergada me regaló espacio para estirarme, mover el cuerpo con calma y quedarme unos minutos en silencio, como en una pequeña sesión de yoga que me enseñó que también puedo recargar energía sin apuros.


Agradecí acordarme de lo capaz que puedo ser incluso sin una fecha límite. No necesito una oficina para actuar profesionalmente… primero me presento para mí.


Agradecí no haber dejado que ese Wpp me arruinara el día. Igual hice mis rezos, me senté con mis pensamientos y me sentí orgulloso, incluso en la espera.


El retraso me marcó lo que significa estar para mí. No es que me vean, es decidir levantarme igual.


También me recordó que tengo hambre, y eso está bueno. Ese deseo y esa pasión… no los pienso perder.


Agradecí la rutina que pude practicar. Aunque el plan se postergó, igual me presenté. Me bañé, me cambié y seguí. Ese impulso no se desperdicia.


Y sobre todo, agradecí estar listo, incluso si el mundo decía “todavía no”. Porque yo ya había dicho “estoy listo”.


Hace tres o cuatro días Felipe me preguntó por qué no había nacido sabiendo. Creo que quería ahorrarse tener que aprender a leer, escribir, pintar y todo lo demás que le falta. Sonreí porque entendí su deseo: saltarse la espera y la incomodidad. Pero también me recordó que crecer es aceptar que hay tiempos que no podemos apurar, y que el valor está en presentarnos cada día, incluso mientras aprendemos.


Hoy domingo, cerrando la semana, hice un asado. Mientras el fuego crepitaba y el olor a leña llenaba el patio pensé que tal vez esa pausa de días atrás fue como encender estas brasas: un tiempo extra para que todo agarre fuerza antes de servirlo.


Así que, aunque el mundo diga “todavía no”, voy a seguir apareciendo, preparando y confiando. Porque la demora sólo me da más tiempo para recordar para quién lo hago.


Y voy a seguir eligiéndome.