El reflejo investigador
Cada vez que notamos un cambio a nuestro alrededor, nuestra atención hace foco en él. Y no somos los únicos en reaccionar así: en el mundo animal, esta respuesta es clave para la supervivencia. De hecho, este principio permitió a mi tocayo Pavlov desarrollar su famoso experimento con perros.
Pavlov logró que los perros comenzaran a salivar al oír una campana, simplemente porque había asociado ese sonido con la comida. Lo hizo repitiendo el mismo patrón varias veces: primero la campana, luego la comida. Con el tiempo, el sonido bastaba para generarle el chorreo de baba.
Pero hay algo que la gente no sabe. Pavlov solía invitar a colegas a presenciar sus experimentos, pero muchas veces, cuando alguien nuevo entraba a los caniles, los perros no reaccionaban como se esperaba. Lo mismo pasaba cuando movían a un perro de un ambiente a otro. Hasta que un día Pavlov entendió la razón: los bichos se distraían con los nuevos estímulos y desviaban su atención de la campana. A este fenómeno lo llamó "reflejo investigador", porque todo ser vivo necesita estar alerta ante cualquier cambio en su entorno.
Este reflejo sigue afectándonos hoy. Por ejemplo, cuando caminamos por la calle con una idea en mente y, de repente, una bocina fuerte o un movimiento inesperado nos hace olvidarla por completo. No es que tengamos mala memoria, sino que nuestro cerebro redirige la atención al nuevo estímulo.
Más de un siglo después de Pavlov, a esta reacción ya no se la llama "reflejo", sino "respuesta de orientación". No solo afecta nuestra atención, sino también procesos físicos como la respiración o el ritmo cardíaco.
El otro día, al entrar a la habitación de la clínica, lo primero que oí fue el sonido áspero y monótono de la respiración de mi tía. Estaba acostada, respirando con dificultad, pero cuando me vio, su expresión cambió. Durante un instante, pareció olvidar el dolor y se concentró en mi presencia.
Tanto a ella como a cualquier enfermo, creo que les sucede lo mismo que a los pichichos de Pavlov. Durante horas, parecen sumidos en un letargo, pero si entra un enfermero o cambia la luz de la ventana, su mirada se reactiva por un instante. No es que se hayan olvidado de su malestar, sino que su cerebro responde al nuevo estímulo, explorándolo como si fuera algo crucial. Su reflejo investigador.
Me gusta pensar que estos pequeños cambios, aunque sean fugaces, le van agregando respiros. Que por un segundo, al ver a alguien entrar o escuchar una voz distinta, su mente escapa un poco del lugar (físico y mental) en el que está. Y por haber sido parte, al menos por unos días, de algunos de esos momentos, valió la pena estar ahí.