Impronta

 Sin lugar a dudas, mi mejor argumento para llegar a esta edad sin tatuarme fue una compulsa entre las marcas internas y las externas.


Asumí siempre que uno se dedica a coleccionar cicatrices a lo largo de la vida. Cada minúsculo “no”, y cada exorbitante “adiós” van decorando nuestro interior con las marcas indelebles de la pena. Pero hay también marcas hermosas, secuelas de la alegría que el cuerpo se encarga de conservar.


Me gustan mucho los tatuajes, el arte perpetuo, el más sensato. Un artista y un lienzo vivo escribiendo juntos una historia que exige ser contada.


Pero sea como sea, creo que es preferible que sea uno mismo quien elija sus propias marcas. 


Algunas pueden ir por fuera, visibles, desafiantes; increpando a quien las mira como suele hacerlo quien llora de alegría.  

Las otras irán por dentro, reservadas solo para quienes las sepan ver. Siempre frescas, rencorosas, al otro lado de la piel.


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